La marca de sol en mi índice se había borrado desde hace meses. Guardar la joya en el cajón era fácil: el compromiso era de corazón. Además, mi dedo no se sentía tan cómodo ahora como hace quince años, aprisionado en el anillo hasta los huesos de mi nuevo cuerpo maduro.

Por años fui desinstitucionalizando mi sistema de creencias: dejé de sentir culpa por no ir a misa, descubrí la diversidad de creencias y me convertí en atea. La existencia de nuestra hija me hizo descubrir el feminismo y entregarme al movimiento político descubriendo de a poco mi pensamiento patriarcal y destruyéndolo con la pasión que uso para todo –‘soberbia’, me decías.

El matrimonio en mi mente había pasado de “hasta que la muerte los separe” a “hasta que la falta de amor los separe”. Y por supuesto que la falta de amor no era una opción porque te amaba y me amabas y porque soy demasiado buena para la parte larga de las relaciones. Demasiado. Buena. Dos palabras que juntas apestan.

Creí estar amándote al llegar por la noche a una casa, con unos hijos, con una cocina, con unos calcetines en el piso. Creí que el amor era despertar, besar hijos, regañar hijos, vestir hijos, llevar hijos, trabajar, traer hijos, comer cansados, ignorarnos, hablar de horarios, recibir reclamos, olvidar rápido y acostarse a decir “te amo” y “yo también”. Creí que te amaba al vivir mi estúpido mantra de matrimonio progre: “Lo más importante es tu pareja. Si la pareja se mantiene unida, la familia se mantiene unida.” Así, dos niños fueron consistentemente ignorados por otros dos niños en traje de adulto que parecían estar conectando.

Toque de nalgas y quesadillas en la cocina

No, no es el nombre de una película porno. Mis nalgas de señora, las que odiaba desde que aprendí a odiar mi cuerpo, recibían algunas caricias esas noches de preparar quesadillas en la cocina. Me embriagaba con esos pequeños sorbos de amor descuidado. Amaba mi cuerpo por un momento, porque alguien más lo aceptaba, aunque no fuera yo.

Hacia el final, cuando el feminismo ya me había sanado del autodesprecio infinito, yo misma buscaba tus manos para ponerlas en mis senos mientras fingía cocinar. “Yo preparo la cena, no te preocupes” - me empoderaban tus palabras y decidía ignorar que había una nueva resistencia en tus manos al acercarse a mis preciosos senos. 

Valió padres

Obvio valió padres desde mucho antes, sólo que no quise verlo. En la piñata del amor, estaba recogiendo los dulces que cayeron entre los pies de mis tías y no me di cuenta hasta que un bully me arrebató mi bolsa casi vacía. Entonces, como en las piñatas, terminé llorando.

Pero, esta vez también, ya sabía que iba a llorar. No me había esforzado lo suficiente. No estaba en el ángulo correcto. No le eché ganitas. No tuve malicia.

8 de octubre

Te pregunté. Dijiste que no. Luego que sí. Luego que no, no, no. Luego que sí. Después que por la virgen no. Pero siempre sí, aunque poco. Aunque realmente no, pero que me tendrías paciencia (supongo que gracias.)

Enjuague y repita hasta el infinito. O hasta el veintiséis de diciembre en el que miré mis manos vacías, desembrujadas. Entonces mi soberbia se convirtió en poder sanador y ese día te convertiste en sapo.

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Sigo tocando con el pulgar la parte interna de mi dedo anular. Será así por un tiempo, en lo que mis nuevos anillos gigantes de fantasía brujil reemplazan lo familiar de mi anillo de bodas con lo fantástico del amor propio abundante y generoso. Abundante. Generoso.

 

Nota de 2022:
Este es uno de los artículos más dolorosos que he escrito. Terminar una relación que hoy sé abusiva con la noticia de una infidelidad, fue el peor dolor que he sentido en mi vida adulta y a la vez el mejor regalo que he recibido en mi vida.

Desprenderme de la ilusión romántica de la familia completa y el matrimonio para siempre ha sido un proceso largo, confuso y realmente difícil. Por el contrario, separarme de una persona que abusó emocionalmente de mí durante 22 años, ha facilitado un poco el proceso.

A dos años de mi separación, agradezco no haberme suicidado esas dos veces en las que sentí que no valía la pena nada, agradezco haber tenido una razón lo suficientemente fuerte para romper esa relación y NO agradezco el sufrimiento porque NUNCA NADIE debe aprender sufriendo.