Soy valiente y soy buena mamá ⚡️? Hoy cumplió 12 mi Hija.

Su nacimiento fue pacífico. Fuimos inseparables, con una lactancia larga a pesar de que en su año de nacimiento pasé la primera de mis dos depresiones. Ese año “quebré” por primera vez mi empresa porque me faltaba madurar como emprendedora y dejar cargas que no me correspondían. Sentía ser un total fracaso por perder a mi equipo, amistades, oficina y por no tener un soporte emocional en casa. Esto iba a pasar otras dos veces hasta que estuve lista para evitar mi cuarto fracaso empresarial y dejar de romantizar las llamas del Ave Fénix.

También ese año, mi mamá se fue a CDMX por trabajo y me quedé temporalmente sin mi aliada principal en “tener una niña”. Mi hermana y yo no estábamos tan conectadas como ahora. Yo estaba empeñada en ser tan súpermujer que no podía apoyarme en nadie porque sentía que “todos dependían de mí”.

Mi segunda maternidad trajo menos desvelos pero más intranquilidades. Mi niña dormía como una reina pero un problema suyo de salud, pasajero, a la par de todo lo demás, me dio tanta incertidumbre que por las noches me cuestioné absolutamente todo. Casi no dormía, hasta este último año en el que recuperé mi capacidad de dormir toda la noche. Decidí que sería atea mientras me seguía convirtiendo en una “roca”.

La mirada de mi hija me hizo obligarme a empezar a amar mi cuerpo. Veo mis fotos de esos años y, aunque era aguerrida ante la insistencia patriarcal de “fajarme” para “recuperar mi figura”, me doy cuenta de que tardé años en aceptarme por completo. Ella, siendo aún muy pequeña, parecía asimilar mejor que yo el discurso de autoaceptación y me afirmaba filosóficamente que ella y yo éramos distintas personas.

Hoy la veo más parecida al modelo de mujer que quiero ser, que a mí como su madre. A sus 12, cuando le pregunto ¿quién te ama? me responde yo me amo. Y pues sí.

A veces temo perderla. Creo que es lo que les pasa a las madres cuando dejan de ser “niñas” mientras sus hijes dejan de ser niñes. Los dos humanos que salieron de mis entrañas me han dado ese amor y aceptación brutal que los adultos tratamos de replicar el resto de nuestras vidas, y con retribuirles lo que mi entendimiento y buena voluntad me dan -cof, cof… terapia-, me siento más tranquila.

Hoy es su cumpleaños y reclamo la parte que me toca de estar tocando su vida. Las madres feministas, las madres protectoras, entendemos que no somos un cascarón de desecho sino satélites temporales de nuestros hijos.

Nos esperan más encuentros y aparentes desencuentros. Los tres nos vamos recuperando de la reconfiguración forzosa de nuestra familia y lo estamos haciendo extraordinariamente bien. Nos amo.