“A partir del lunes, el uso de cubrebocas será voluntario.”
 
La indicación oficial llega un poco más tarde que en muchas ciudades, pero se siente como una liberación largamente esperada. Como quitarse el bra después de un largo día de actividades.
 
He pensado mucho en cómo la pandemia fue como un sueño del que despertamos lentamente, pero apresurados por olvidar los detalles. Una tarea más que cumplimos con obediencia y ahora estamos listos para la siguiente asignación. Y la siguiente. Y la siguiente.
 
Nos olvidamos de los meses en que el tiempo y el espacio se alargaron y pudimos vivir en cámara lenta por primera vez en mucho tiempo.
 
Nos apremia dejar atrás el miedo a no haber desinfectado bien la orilla de la bolsa del pan y en consecuencia haber puesto en riesgo de muerte, todas esas veces, a los que amamos.
 
Intercambiamos con urgencia la avidez por conocer la numeralia de contagios por la de saber por qué Piqué o Levine traicionaron a sus mujeres, tan hermosas, tan buenas.
 
Necesitamos sentir que los paliativos oficiales fueron suficientes para evitar todas las tragedias posibles, que las vacunas realmente no nos convirtieron en zombis, que nadie aprovechó esta incertidumbre global para hacerse más rico y poderoso y que somos aún más valiosos porque hicimos lo correcto para sobrevivir.
 
Las raíces que nos salieron del cuerpo hacia la tierra que ocupamos y hacia la comunidad que tanto nos habíamos esforzado por ignorar, se retraen de forma proporcional a la cantidad de kilómetros recorridos en esta recuperada “libertad”.
 
Le toco el claxon a las señoras del otro colegio por estacionarse en doble fila y unos minutos después apresuro a mi adolescente a bajarse del auto para entrar a una escuela a encontrar algo que ni yo sé qué es. Tengo prisa por llegar a todos esos lugares a hacer todas esas cosas para ganar todos esos beneficios.
 
Descanso un rato por la tarde y recuerdo que tengo que agregar leche a la lista del súper y me pregunto por qué seguimos explotando animales y me respondo que más tarde buscaré más videos de cómo hacer leche para el café utilizando piedras o algo que no sufra.
 
Me vence el sueño de la tarde calurosa y mi mente regresa a ese espacio curado con paciencia después de los primeros meses de encierro involuntario: una casa con los objetos mínimos necesarios; un inventario emocional de personas con quienes tocar base para saber si estornudaron o tuvieron dolor de cuerpo o sobrevivieron un día más; dos hijos transitando conmigo el dolor de la familia “rota” y la tranquilidad de una vida sin gritos…
 
Despierto y me doy cuenta de que es jueves o lunes, pero que por lo menos ya existen otra vez los días de la semana y todo eso no pasó realmente.